El pívot del Hestia Menorca pudo ser tenista pero “echaba de menos tener compañeros” y el baloncesto le llevó a las agendas del Barça, Estudiantes y Joventut. “No hay que obsesionarse con abrir una puerta determinada… Quizás dejas otras sin abrir que te podrían llevar más lejos”.

Sentarse a hablar con Jan Orfila es un gozo porque no se esconde tras un personaje, se muestra tal y como es. Un jugador de baloncesto gigante que complementa la canasta con un trabajo con su correspondiente horario y que tiene que hacer malabares para cuadrarlo todo. Jan siente una gran responsabilidad con el proyecto, “aquí es donde empezó mi historia con el baloncesto”, y aplaude el gran apoyo que brinda el público del Pavelló Menorca y la banda. “Es brutal, pone la piel de gallina”. ¿Lo conocemos?.

Fotografía Antxon Castresana

¿Cómo llegaste al baloncesto?
Empecé con el tenis y el fútbol, como mis amigos, pero pronto vi que no me salía natural, era más largo que mis compañeros, no era lo mío. El tenis se me daba mejor, pero echaba en falta a los amigos. Cuando se estaba construyendo el polideportivo nuevo de Sant Lluís me llamó Oriol Humet para que jugara en el equipo de baloncesto, aunque no había sección aún. No había jugado nunca, pero me convenció y me presenté. El primer día fui el único que se presentó –risas- Luego todo mejoró.

¿Te esperabas todo lo que has vivido?
¿Qué espera un niño con 6 ó 7 años? No es que me lo esperase, iba al día. Hubo un momento que fue clave, a los 13 ó 14 años cuando era un poco bandarra, era buen chico pero un poco rebelde. Era el más alto con mis amigos y no me sentía incómodo ni raro, pero no lo veía con normalidad. Hice un buen partido con la selección balear y me ofrecieron jugar fuera en el Barcelona, el Joventut o el Estudiantes. Cuando estaba haciendo las pruebas en el Barça me llamaron del Siglo XXI –un antiguo proyecto en el que se compatibilizaba baloncesto de alto nivel con un atractivo proyecto académico-. A mi padre le gustó mucho esta propuesta. A mí me daba igual, quería salir y ver mundo. No me lo esperaba, pero lo quería.

Ha jugado en LEB Oro, en ACB, has jugado en el extranjero, has vuelto a la Isla… ¿Qué ha significado para ti?
Ha sido mi vida, ni más ni menos. Es curioso porque te podría decir cosas muy bonitas, lo que la gente quiere leer, pero en realidad todo aquello fue una etapa de mi vida que no volveré a vivir ni en la que podré cambiar nada. Tuve una presencia en ACB testimonial, por ejemplo. Con 20 años ves la vida de una forma muy diferente. Cuando vivía en Granada fueron los años más bonitos porque jugaba y estudiaba, todo era distinto. Me llevas ahora de vuelta a Granada y no sería lo mismo. Lo volvería a hacer, pero no sé si sería igual.

La vida te ha llevado a defender tú isla en LEB Plata. ¿Qué significa este proyecto para ti?
Es una mezcla entre sentimiento porque todo empezó aquí, estoy al lado de mi casa. Es algo muy bonito ver como todo el mundo se implica porque requiere mucha dedicación. También cuando ganas todo es magnífico, muy bonito, y cuando pierdes es peor porque te sientes muy culpable.

¿Qué opinas de la iniciativa #MateAlEstigma que impulsa el club junto a la Fundación Hestia?
Es una labor muy positiva por varios motivos. El primero es por ligar el deporte con una labor social. Los jugadores sabemos que muchos jóvenes nos siguen como una especie de ejemplo y hay que aprovechar esa importancia. Luego, la causa que trabaja la Fundación Hestia, de dar visibilidad a los estigmas con los que se encuentran las personas con problemas de salud mental es necesaria y poco conocida. Esos estigmas son un problema real que se encuentra la gente que padece estos problemas y hay que dar visibilidad para, primero concienciar, y luego encontrar soluciones.

La parte bonita es la de jugar y ganar. En tu caso, además, está la parte del día a día como ‘currante’.
Es muy complicado porque, por ejemplo, una vida laboral de 40 horas a la semana es muy duro, acabas muy cansado y hay quién además le suma entrenamientos, estar con la familia… Sabes que son 5 ó 6 días seguros de basket en los que llegarás a casa pasadas las 23 horas y al día siguiente a las 7 el despertador no perdona. Tienes que comprimir todavía más el horario laboral porque el sábado tienes que viajar y no vuelves hasta el domingo, y el sábado a las 6 de la mañana te levantas… No es fácil. También quieres estar con la pareja. Es curioso, cuando jugaba a nivel profesional tenía demasiadas horas libres sin poderlas aprovechar porque vivía fuera, no tenía un círculo de amigos, no conoces el lugar y sabes que puede que el año que viene no estés y tampoco quieres involucrarte mucho. Desaprovechaba mucho el tiempo. La dinámica es distinta ahora.

Fotografía Foto Nueve

¿Qué sientes cuando el Pavelló Menorca ruge?
Es como un fuego que me arde dentro. Si estoy encendido tras una defensa o un ataque en el que lo hemos dado todo noto como toda la piel se me pone de gallina y exploto con un grito. Es impresionante. Lo de la banda de música es brutal. Cuando juego no la oigo pero cuando estoy en el banquillo y veo la que lían y cómo les sigue el público es indescriptible. Es una sensación brutal.

¿Qué es lo que nadie conoce de Jan?
No tengo ningún don ni talento especial. No canto bien –sonríe-, me gusta leer pero no es un don. Una cosa rara es que cuando hablo me cuesta pronunciar la letra erre. Eso es porque tengo la lengua más grande que el paladar y desde pequeño he ido al logopeda. No era capaz de decir ‘pero’… Cuando hablo con gente, sobre todo con personas que no conozco, hablo muy poco e intento hacerlo sin usar palabras que lleven erres. Me hace parecer quizás más introvertido de lo que soy, porque no lo soy. La gente que me conoce sabe que soy dinámico hablando, pero cuando estoy ante desconocidos me corto. Una de las cosas que me hubiese gustado en la vida es aprender a hablar bien.

¿Qué mensaje le puedes dar a los jóvenes que te apoyan?
A los más pequeños les diría que elijan un deporte para practicar y que se olviden del entorno, que lo disfruten, que hagan caso al entrenador pero que se centren en pasarlo bien. Que no intente hacer feliz a nadie, que sea feliz ella o él. Si ese deporte no te gusta, déjalo, no le debes a nadie. Hay que disfrutar… Ojalá pudiésemos disfrutar toda la vida pero el deporte no deja de ser un aprendizaje constante y hay que ir aprendiendo. Para los adolescentes que sueñan con ser profesional, les diría que no se obsesionen. Puede que suene mal pero hay que ser realista. Quizás uno se obsesiona en abrir una puerta, y por esa obsesión deja sin abrir otras que quizás le llevarían más lejos. He visto muchos jugadores frustrados porque con 26 años intentan oportunidades que desde fuera se ve que no es la que les puede beneficiar más. Quizás hay que revisar el camino. Hay que perseguir un sueño, sin duda, pero siempre teniendo una alternativa.